Por Raúl Rosales León (Waro)
Mafalda tiene una irónica reflexión:
“El gran problema de la familia humana consiste que todos quieren ser el
padre”. La interrogante que surge es
¿por qué todos quieren ser el padre y no la madre, el hijo o la hija? La
respuesta es el poder y los privilegios.
La violencia en la familia no se puede comprender fuera del campo del
poder y la dominación del padre, es decir, la violencia masculina. Este modelo
masculinidad del padre tradicional y autoritario reproduce la jerarquía del
sistema de género a través de la violencia que mantiene los privilegios
simbólicos y materiales.
Otro modelo de masculinidad es
posible en el marco de un cambio cultural. Si entendemos la cultura como modelo
de vida, entonces la construcción de un nuevo modelo de masculinidad implica la
democratización de los privilegios. No
se trata de desaparecer el poder de las relaciones de género, sino de
democratizar el poder en el sistema de género.
La democratización de los privilegios de la dominación masculina es el
reto para la construcción de un nuevo tipo de masculinidad y, por consiguiente,
del sistema de género.
Es necesario tener en cuenta que
la literatura sobre violencia de género muestra que los cambios culturales no
están relacionados directamente con el avance normativo. La ley no es garantía de cambio cultural.
Según Rita Segato
existe una contradicción entre los avances normativos para erradicar la
violencia de género y la violencia cotidiana que viven las mujeres. La autora
afirma que existe una tensión entre la ley y la moral tradicional patriarcal
que establece el orden de género que legitima la dominación masculina que se
reproduce por medio de la violencia de género. Desde esa lógica, la tradición moral
patriarcal se filtra en la ley moderna. La investigación de Jaris Mujica
también coincide con la lógica del “filtro” porque en el Perú existe un avance
en la legislación sobre violaciones sexuales, pero no se ha eliminado los
prejuicios que permanece en los imaginarios populares y los operadores de
justicia (moderna) que siguen legislando bajo la moralidad tradicional en base
al honor sexual.
¿Por dónde empezar la
construcción de las nuevas masculinidades?
Primero tomando conciencia crítica de la mochila de género. Una mochila
que contiene los aprendizajes culturales del sistema de género que interioriza
a través de las creencias sociales, ideológicas y normativas que se ponen en
práctica para reproducir dicho sistema en la familia, la escuela, el trabajo, el
partido político, etc. Como la mochila
es una metáfora para hablar de la cultura, entonces no es cuestión de cambiar
de mochila por una nueva e inmaculada.
No se puede cambiar de cultura así como cambiar de mochila. Esa mochila de género la tenemos que cargar
de forma consciente o inconsciente.
Entonces se puede cambiar los contenidos de la mochila de género
visualizando la necesidad del cambio de los modos de vida. El problema surge
cuando se cree que estamos ajenos al peso de mochila de género en el marco de
la neutralidad, es decir, pensar que somos sujetos sin estar sujetado en el
sistema de género.
Una forma de construir el cambio cultural es a través de la
transversalización del enfoque en las políticas y gestión de las entidades
públicas que son responsables de los temas de educación, salud, inclusión,
justicia, economía, transporte y comunicaciones, entre otros. Estos elementos
son parte fundamental del sistema de género. Un elemento es el sector educación
a nivel de los tres niveles de gobierno: nacional, regional y local. Si bien existen avances en el sector
educación a nivel normativo como la Directiva de Lenguaje Inclusivo, existen
limitaciones porque no se está aplicando. Así lo demostró el análisis de Magrith Mena en su ponencia
"Tracciones en la representación de las relaciones de género”. Un análisis
a materiales curriculares dirigidos a docentes". En este estudio se
muestra la reproducción de estereotipos de género inscritas en las Rutas del
Aprendizaje desarrolladas por el Ministerio de Educación. En las reflexiones finales
Magrith Mena plantea la necesidad de incorporar nuevas
representaciones de masculinidades en el ámbito
doméstico. Pero se supone que la
Directiva de Lenguaje Inclusivo del MINEDU debe aportar a la construcción de
representaciones sociales de género igualitarias en el marco del enfoque de género.
La pregunta consiste en conocer
si el funcionariado del MINEDU tiene conocimiento sobre la existencia de la mencionada
Directiva y si encuentra un sentido claro en su aplicación. Puede ser el caso que se tenga conocimiento de
la Directiva, pero que esté considerada como una pérdida de tiempo. En ese sentido, no es suficiente la lógica de
los “manuales técnicos” sobre el enfoque de género y su proceso de transversalización
en el aparato del Estado. La tecnocracia de género está transformando la teoría
de género en una especie de ideología cerrada, repetitiva y fácil de digerir. Desde
una visión crítica Marcela Lagarde señala que la perspectiva de género exige
nuevos conocimientos:
“Irrita a quienes no quieren
aprender, estudiar y hacer esfuerzos intelectuales, a quienes quieren todo
facilito, simple y esquemático. Como exige pensar de otra manera y desarrollar
comportamientos distintos y un nuevo sentido de la vida, choca también la
perspectiva de género con quienes creen que es una técnica o una herramienta
para hacer su trabajo, un requisito y nada más. Molesta, indudablemente, a
quienes piensan que la perspectiva de género no les toca: que deben modificarse
las mujeres objeto de los análisis o de las políticas. Se equivocan. Estas
perspectiva exige de mujeres y hombres, toda la puesta en movimiento y cambios
personales, íntimos y vitales que no son aceptados por muchas personas que hoy
usan el género como si fuera una herramienta técnica, neutra y edulcorable”
En ese sentido los endulcorables
manuales técnicos de género me hace recordar un análisis de Carlos Iván
Degregori
sobre la “revolución de los manuales”. Esta
revolución sucedió cuando los militantes del Partido Comunista Peruano Sendero
Luminoso (PCP-SL) desplazaron la lectura de los teóricos del marxismo por
manuales de materialismo histórico y dialéctico. Según Degregori estos manuales tenían una
explicación cerrada de los problemas sociales y, por consiguiente, la solución
final: la lucha armada. De igual manera, los manuales de género son la síntesis
de la síntesis de la frondosa teoría de género de amplio horizonte del análisis
crítico.
La lógica de la revolución de los
manuales de género consiste en su utilidad práctica porque los problemas
públicos necesitan soluciones urgentes. Lamentablemente está lógica está
filtrada en el Estado que se está llenando de manuales para desarrollar
capacidades en materia de género y se encuentran definiciones cerradas como la
categoría de “enfoque de género”. Las ONG de desarrollo no están ajenas a
la revolución de los manuales de género porque las agencias de cooperación
exigen que en el diseño de los proyectos se incluyan el enfoque de género.
Finalmente, la construcción del
nuevo modelo de masculinidad no se podrá encontrar en un manual de género ni en
una ley. Este nuevo modelo debe ser una
prioridad de la sociedad para cambiar la situación de la violencia de género.
La teoría de género y, especial, los estudios de masculinidades pueden brindar
un abanico de posibilidades construir procesos de intervención para incidir en
los cambios culturales. La teoría no
solo es útil para explicar, sino también para investigar. En ese sentido, un indicador de la voluntad
política de cambio cultural consiste en la asignación presupuestal en la
investigación-acción para la construcción del nuevo modelo de masculinidad.
Pero eso significa el cuestionamiento de los privilegios de la dominación
masculina desde la lógica de la crítica brindada por el discurso feminista en
donde lo personal es político. Si el
cuestionamiento surge desde el lado de los privilegiados de la dominación
masculina se estaría cavando la tumba de la dominación. Termino el presente artículo al estilo del
Manifiesto Comunista: feministos de todo el mundo, uníos!